El punto y coma.
Se atribuye al taller de Aldo Manuzio (tipógrafo e impresor) la aparición de este signo en la imprenta. En realidad el punto y coma ya había aparecido en manuscritos visigóticos, dentro de la orgía de variantes del punto que desarrollaron. Como los impresores españoles compraban sus letrerías –o conjuntos de signos- a los fabricantes europeos, innovaciones como el punto y coma se fueron difundiendo por la península, donde lo vemos activo ya en el siglo XVI, aunque con uso escaso.
Normalmente se dice que la pausa del punto y coma es menor que la del punto, aunque mayor que la de la coma, pero (como muchas de las afirmaciones generales sobre puntuación) debe ser matizada. En el siguiente ejemplo de Pío Baroja el lector puede optar por hacer una pausa mínima.
Tengo que hablar de mí mismo; en unas memorias es inevitable.
Aquí el punto y coma se ha utilizado para unir dos oraciones que, aun siendo independientes, conservan una cierta relación. Una coma habría resultado claramente insuficiente, mientras que usar un punto y seguido habría sido excesivo (salvo que se quisiera crear un estilo estrecortado, sincopado).
Otra función del punto y coma es introducir una aclaración o una explicación, y en ese caso podría sustituirse por los dos puntos:
Pues bien este dispositivo tuvo una vigencia muy corta; llegó al mercado a finales de los 70 y nos sirvió a algunos durante un tiempo.
(Del libro: “Perdón, imposible. Guía de para una puntuación más rica y consciente”. José Antonio Millán. Editorial RBA).