La coma.
La palabra coma proviene del griego comma, que significa ‘trozo, corte’, y en efecto: la coma representa el menor corte, la pausa más pequeña que se enmarca dentro de un enunciado.
Tiene la forma de un ‘rasguillo curvo’, según lo definía hace un siglo una ortografía para niños. Con su forma y su función moderna ya estaba en uso a mediados del siglo XVI.
Una de sus funciones es unir oraciones –o partes de una oración– que tienen la misma función.
¡Fue un gran año aquel 1927! Variado, fecundo, feliz, divertido, contradictorio.
Puede suceder que el último término de una enumeración vaya unido por la conjunción ‘y’, y en ese caso no lleva coma.
Realizamos un acto cívico en la Municipalidad, compartimos un suculento almuerzo y después nos entregamos a cortar peras, manzanas y ciruelas.
Fijémonos que a pocas palabras de distancia la coma está funcionando a dos niveles muy distintos: uniendo oraciones (realizamos… y compartimos…), y uniendo complementos directos dentro de la misma oración (peras y manzanas). Puede parecer extraño decir que la coma une, pero es así: si suprimiéramos los miembros que llevan la conjunción lo más normal sería que las comas se transformaran en y:
Realizamos un acto cívico en la Municipalidad y compartimos un suculento almuerzo. Después nos entregamos a cortar peras, manzanas y ciruelas.
Terminamos con una anécdota atribuida a Carlos V, que José Antonio Millán utiliza para el título de su libro “Perdón, imposible. Guía de para una puntuación más rica y consciente”. Editorial RBA.
Al emperador se le pasó a la firma una sentencia que decía así:
Perdón imposible, que cumpla su condena.
Al monarca le ganó su magnanimidad y antes de firmarla movió la coma de sitio:
Perdón, imposible que cumpla su condena.
Y de este modo, una coma cambió la suerte de algún desgraciado…
(Del libro: “Perdón, imposible. Guía de para una puntuación más rica y consciente”. José Antonio Millán. Editorial RBA).